Amnistia Internacional Catalunya, Grup d'educació
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Alá no está obligado
Ahmadou Kourouma

Muchnik. 2001 (Al·là no té cap obligació, Ed. 62)
Reseña de Jordi Llavina. La Vanguardia, 9-11-01
Para alentarme a partir me enseñó un montón de otras cosas sobre Liberia... Cosas maravillosas. Allí había una guerra tribal. Allí los niños de la calle como yo se convertían en niños soldado que en pidgin americano, de acuerdo con el Harrap's, se llaman small soldiers. Los small soldiers lo tenían todo y de todo. Tenían kalachnikov. Los kalachnikovs son fusiles inventados por un ruso que disparan sin detenerse. Con los kalachnikov, los niños soldado tenían todo y de todo. Tenían dinero, incluso dolares americanos.
Tenían calzado, galones, radios, gorras y hasta coches que también se llaman 4x4. Yo grité ¡Walahé! ¡Walahé!: quería marcharme a Liberia. Deprisa, deprisa. Quería convertirme en niño soldado, un small soldier. Un niño soldado o un soldado niño, que es más o menos lo mismo. No tenía en la boca otra expresión que small soldier. En mi cama, cuando hacía caca o pipí, gritaba solo ¡small soldier, niño soldado, soldado niño!

[...]

En el pueblo de Kik la guerra tribal llegó hacia las diez de la mañana. Los niños estaban en la escuela y los padres en la casas.
Kik estaba en la escuela y sus padres en casa. Los niños ganaron la selva a partir de las primeras ráfagas. Kik ganó la selva. Y, mientras hubo ruido en el pueblo, los niños permanecieron en la selva. Kik permaneció en la selva. Fue justo a la mañana siguiente, momento en el que ya no había ruido, cuando los niños se aventuraron hacia su concesión familiar. Kik regresó a la concesión familiar y encontró a su padre degollado, a su hermano degollado, a su madre y hermana violadas y con las cabezas partidas. Muertos todos sus parientes, próximos o lejanos. Y cuando no se tiene a nadie en el mundo, ni padre ni madre ni hermano ni hermana, y se es buen pequeño, un buen pequeño en un jodido y bárbaro país donde todo el mundo se degüella, ¿qué hacer?
Nos convertimos en un niño soldado, un small soldier, un child soldier, para comer y también para degollar a nuestra hora; sólo nos queda eso.

[...]

Y al fin, el domingo por la mañana nos sentimos felices de encontrarnos en los alrededores de Niangbo. Nos instalaron y nos sirvieron hachís en cantidad. Éramos los primeros, la vanguardia, los exploradores. Estábamos impacientes por combatir.
Estábamos todos fuertes por el hachís, como toros, y todos teníamos confianza en nuestros fetiches. Detrás de nosotros, el regimiento de los soldados, y algo más lejos, el estado mayor con el general Onika en persona. La operación estaba dirigida por el general. Ella quiso estar allí para castigar a la gente de Niangbo. A su lado estaban los fetichistas, los dos fetichistas, Yacuba y el antiguo, llamado Sogu. Sogu era un fetichista de raza krahn. Llevaba la cadera y la cabeza ceñidas con bandas de plumas. Y tenía el cuerpo coloreado con caolín.
El ataque comenzó al amanecer. Nos habíamos infiltrado hasta las inmediaciones de las primeras chozas. Cada kalachnikov estaba servido por cinco niños soldado. El primer grupo atacó. Para nuestra sorpresa, las primeras ráfagas de los kalach fueron respondidas por otras ráfagas. Los habitantes y los soldados de Niangbo nos esperaban. No había habido sorpresa. El primer servidor cayó. Lo reemplazó otro, éste cayó, abatido a su vez. Y luego llegó el turno del tercero. Y ya era el cuarto quien arrancaba. Nos replegamos, dejando a nuestros muertos sobre el terreno. La entera estrategia elaborada por el general Onika era cuestionable. Los soldados ocuparon nuestras posiciones en la vanguardia del combate. Ellos recogieron los cadáveres.
 

Un soldado de doce años. Jordi Llavina. La Vanguardia, 9-11-01
He aquí un libro terrible y hermoso a la vez, que mereció el premio Renaudot 2000 y el Goncourt de los Estudiantes del mismo año. El autor, Ahmadou Kourouma (Costa de Marfil, 1927), es uno de los mayores escritores actuales del continente africano y también una de las voces que contribuyen a enriquecer y a matizar la diversidad de la lengua francesa contemporánea.
La novela nos introduce en la realidad de los niños soldado, en toda su crudeza y abyección. Birahima es un chiquillo huérfano, musulmán, de raza malinka, que debe buscarse la vida a muy corta edad. Sin educación (cuenta, sólo, con cuatro diccionarios de los que echa mano a lo largo del relato), sin medios ni el menor asomo de mejora, va repitiéndose, como para consolarse, que Alá no tiene ninguna obligación de estar al tanto de todo lo que sucede aquí en la Tierra. A la vez, también se va diciendo, para convencerse de ello, que su Dios jamás deja sin alimento una boca por Él creada.

A Birahima no le queda sino convertirse en un "small-soldier" y luchar, a brazo partido, en las guerras tribales. Liberia y Sierra Leona son los territorios en los que extiende la estéril venganza aparejada a su subsistencia. Resulta verdaderamen-te estremecedor el relato guerrero, la barbarie desatada: todos aquellos niños armados a los que se les droga para que no se amilanen an-te el enemigo y puedan disparar y degollar sin el menor reparo. "Cosas de la guerra tribal. Los animales tratan a los heridos mejor que los humanos."

Una de esas historias que no aparecen en los manuales de historia. El rito de la iniciación (ablación o circuncisión), los sacrificios tras una acción punible, la total falta de derechos de la mujer, la hosca naturalidad de la existencia bélica, son otros de los aspectos de un libro cuyo protagonista se asemeja a un lazarillo en tiempos de odio y de fuego, de sistemas gubernamentales absolutamente corruptos, de terror y prácticas animistas y de una total falta de respeto para con la vida.