Amnistia Internacional Catalunya, Grup d'educació
 Educación y derechos humanos
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Opciones de educación en la justicia y la solidaridad
Oriol Ràfols y equipo Plajis
. Educar en la justicia y la solidaridad. Salesianos, Barcelona, 2004 (p. 17 y 18)
En Internet: www.plajis.net
Para desarrollar este proyecto se han tenido en cuenta diferentes posibilidades, y como resultado de la reflexión llevada a cabo se han escogido las siguientes opciones educativas:

a) La persona es la protagonista de su formación. La persona concreta, de una edad y de unas características determinadas, es la que va madurando y creciendo, y es en dicho proceso que va descubriendo, haciendo suyos y realizando unos ciertos valores. Finalmente, será ella la que optará por unos valores u otros y los incorporará a su proyecto de vida. De hecho, los valores no son el objetivo de la educación, sino que el objetivo es el pleno desarrollo de la persona. Los valores son, pues, estímulos y pistas que ayudan en dicho proceso de desarrollo personal.

b) Es un proceso dialógico entre la persona y la comunidad que propone los valores. La persona no saca los valores de la nada, sino que los descubre en su entorno, en las personas con quien se siente vinculada y en la comunidad donde vive. Pero la persona tampoco encuentra los valores ya listos y acabados de modo que ya no tiene nada que hacer, excepto esforzarse para asumirlos. La persona se va construyendo en la medida que escucha las diferentes propuestas de valores que se le hacen y es capaz de valorarlas críticamente: integrando en un proyecto personal coherente todo lo positivo que descubre y rechazando aquellos valores que degradan a la persona.

c) Cuentan todas las dimensiones: tanto los sentimientos que nos motivan a actuar, como los conocimientos que tenemos, como las habilidades para hacer tal cosa o tal otra. Los valores no son simples ideas, sino que tienen un estrecho vínculo con el mundo de los sentimientos: los valores indican intereses, deseos, ilusiones... Ahora bien, tampoco son simples sentimientos, sino que orientan hacia una cierta dirección y son criterios para juzgar y evaluar. De los valores se puede sacar el conocimiento de lo que está bien y de lo que no lo está. Y aún, por su condición de motores de la acción personal, están muy relacionados con ciertas habilidades y modos de actuar que permiten llevar a cabo o hacen fracasar lo que nos proponemos.

d) Sigue la evolución de la persona, y tiene en cuenta las capacidades propias de cada edad. Para ayudar a la persona a crecer hay que aprovechar las posibilidades de cada momento evolutivo. Y hay que hacerlo en dos sentidos: haciendo de ellas un aprovechamiento «instrumental» que sirve para preparar la siguiente etapa evolutiva, pero también -lo cual es muy importante- haciendo de ellas un aprovechamiento «finalístico», es decir, válido en sí mismo en esta edad concreta. Ya que serán las capacidades concretas de la edad, no otras, las que permitirán a los chicos y chicas vivir felices ahora. Esta experiencia positiva de las propias posibilidades, no sólo como instrumento para madurar en el futuro, será la condición básica para cualquier opción exigente que se quiera plantear.

e) Parte de la vida para enriquecer la vida. La educación en valores no es una simple tarea teórica, sino que en ella está implicada la persona entera y su entorno. Es preciso, pues, partir de la situación personal y de los contextos concretos donde se encuentra la persona, y ofrecer herramientas para ayudar a interpretar y analizar críticamente la experiencia que se está viviendo y pistas para encontrar un modo de responder a todo ello. Esto implica aceptar de entrada y sin condiciones a las personas y las situaciones en las que se encuentran, para buscar más tarde posibilidades de crecimiento. Quiere decir también aceptar la existencia de conflictos y tensiones: entre la realidad y el deseo, entre diferentes valores... Sólo viviendo a fondo la experiencia, tanto el rostro positivo de los valores (lo que sí queremos) como también su rostro negativo (lo que no queremos), las personas pueden decidir de forma plenamente consciente.

f) Pretende transformar la realidad social. El trabajo en valores encuentra su pleno sentido cuando se ponen en marcha acciones que transforman el entorno social. Hay que hacer frente, pues, a las situaciones concretas de injusticia y de insolidaridad, y denunciarlas; y también hay que buscar alternativas posibles y ponerlas en funcionamiento. La acción llevada a cabo, debidamente revisada, puede llegar a ser una valiosa referencia de cara al futuro, para continuar o para modificar la línea de acción emprendida. Esta tarea, por su dimensión y complejidad, pide además la colaboración de varios esfuerzos y una cierta capacidad de espera más allá de los resultados inmediatos.

g) Implica una revisión de las estructuras educativas para que sean también justas y solidarias. No sería posible educar en valores si las estructuras responsables no tuviesen ellas mismas fuertemente arraigados los valores y suficientemente desarrollados los mecanismos que hacen posible vivirlos. Lo primero para trabajar a favor de la justicia y la solidaridad es velar para que los centros educativos sean acogedores, generadores de confianza, participativos, igualitarios, democráticos, solidarios, ecológicos... Sólo la revisión habitual de estas estructuras permitirá educar realmente en valores.