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Primer relato
[...]
Le pidieron que firmara
una confesión ya redactada. Se negó a ello con firmeza, a
sabiendas de lo que le esperaba esta vez.
Fue peor...
La paliza del primer
arresto no fue más que un adelanto de lo que pasó entonces,
y que duró largas y terribles semanas. G.K. fue encerrado en un
calabozo, y lo ataron con cuerda de fibra vegetal, que mojaban con agua
regularmente. Cuando se seca, la fibra encoge, aprieta, penetra en la piel
de las muñecas y de los tobillos, la horada hasta que la sangre
brota...
Los golpes eran
moneda corriente. Después comenzaron las sesiones de tortura con
electricidad, con alambres que le ataban a los dedos de los pies y a los
genitales, y a través de los cuales le mandaban descargas de corriente
que provocaban un dolor tal que le hacía aullar.
"El dolor, por fuerza,
después de tantos días, acabas por no sentirlo, es como si
no existiera, queda reducido, aniquilado. Pero la angustia sigue, una angustia
permanente, el miedo a lo que va a pasar y que no puedes prever. Te dices:
no me dejarán marchar, ¿cuándo llegará, pues,
el fin de este calvario? Pensaba en mi familia, en algunos momentos me
repetía con resignación que sólo se puede morir una
vez. Un consuelo ridículo..."
[...]
Segundo relato