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El piropo y el acoso

Esta semana Podemos ha aprovechado el debate abierto por el PSOE sobre la reforma del Código Penal en lo relativo a las agresiones sexuales para incluir el acoso callejero. Los de Pablo Iglesias proponen que se castiguen con multas de 3 a 9 meses o trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 50 días todas aquellas “proposiciones, comportamientos o presiones de carácter sexual o sexista” que, sin constituir un trato “degradante” ni un atentado contra la libertad sexual, creen “una situación intimidatoria”.

¿Significa esto que los piropos pasarían a ser un delito, leve pero delito?

Si es así, me parece una exageración. Lo sé, no hablo por todas.

Para empezar, se ha perdido la costumbre del piropo, y lo poco que queda no merece la pena. Hay gritos piroperos que te arrancan una sonrisa, por ingeniosos, por ridículos, pero poco más. Los hay, en cambio, muy desagradables, insultantes, groseros o de mala educación. En cualquier caso, no cabe concluir que tras esos piropos exista siempre una intención perversa. Visto así, que te piropeen por la calle no creo que pueda considerarse acoso.

Acoso es otra cosa. Acoso es el que sufren las mujeres cuando un hombre, generalmente su jefe, las intimida un día y otro día y otro en la oficina con comportamientos inoportunos a cambio de favores sexuales. En este país hemos tardado cuarenta años en arrinconar esas prácticas machistas, no lo estropeemos ahora con propuestas que inducen al equívoco.

Además, no creo que Podemos esté haciendo ningún favor a las mujeres al presentarnos como destinatarias mudas de las acciones de un hombre. De ahí que me atrevo a escribir que la idea de erradicar el piropo no sólo no es moderna ni progresista, ni siquiera beneficia al poderoso movimiento feminista que debe marcar este siglo. Lo contrario. La idea desprende un
tufo a rancio, a un paternalismo del que precisamente se alimenta la cultura machista. Hasta donde yo sé, ante un ofrecimiento sexual en plena calle que no es bienvenido, podemos defendernos solitas.

Me temo que, al escribir columnas como esta, casi se haga obligatorio que me detenga en algunas precisiones. Una, es inadmisible que nadie se crea con el derecho de intimidar a nadie. Dos, no ignoro que la violencia verbal puede preceder a la física. Y tres, no jaleo a acosadores, violadores, asesinos y manadas: contra estos, todo el peso de la ley donde más les duela. Lo que digo es que no se puede buscar el empoderamiento de las mujeres con enmiendas a la totalidad. Que un indeseable te suelte una procacidad en público no le convierte en un criminal.

El caso es que, en todo este debate, se da una gran paradoja. Parece que alguien se olvida que en este siglo XXI media humanidad anda idiotizada buscando los me gusta virtuales. Si han triunfado las redes sociales es porque ellos y ellas gustan de exponer su intimidad (y sus intimidades) con el solo propósito de recibir piropos. Ahora resultará que eso sí que es natural.

Susana Quadrado. La Vanguardia, 14/07/2018


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