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Un mundo glotón
Manuel Díaz-Prieto.
La Vanguardia, 26-2-2006 (fragmentos)
Mientras tres de cada cuatro humanos temen al hambre, el resto se indigesta
Cinco millones de niños pequeños mueren de hambre cada año. El informe anual de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) advierte que en el mundo hay cerca de mil millones de personas malnutridas. Además, el fantasma de la inanición supone un riesgo muy real para tres de cada cuatro seres humanos. La paradoja se produce cuando - en el mismo momento y en el mismo planeta- una cuarta parte de la humanidad no sabe muy bien cómo gestionar su empacho.

No siempre fue así. Aquí, hasta hace apenas unas décadas, la memoria del hambre era algo muy tangible entre las personas que habían sufrido la quiebra del sistema de abastecimiento durante la Guerra Civil y la dura postguerra. Pero un cambio radical ha tenido lugar en nuestras vidas sin que apenas nos hayamos dado cuenta: el fantasma del hambre, ese miedo ancestral que nos había acompañado a lo largo de toda la historia, ya no habita entre nosotros. Es cierto que todavía hoy muchas personas de nuestro entorno tienen auténticas dificultades para alimentarse, pero en el pasado ese castigo que la comedia italiana definió como "el miedo número uno" fue infinitamente peor.

El cuerno de la abundancia, encarnado en los abarrotados estantes de cualquier supermercado, ha desterrado el temor a la falta de comida como referente dominante en la sociedad. Hoy sufrimos un temor inverso: a cómo gestionar la sobreabundancia, a cómo alimentarnos sin convertirnos en obesos. Ahora nuestra hambre es de salud. Y escándalos como el de la colza, las vacas locas o la gripe aviar amenazan con convertir a la comida en objeto de temor.

En este contexto, ¿qué papel juega la gula? De momento estamos aún en la etapa de relación compulsiva no sólo con la comida si no con todo lo que nos ofrece la sociedad de consumo. Porque la glotonería que mostramos ante el último gadget electrónico o las prestaciones del coche es equiparable al mecanismo que nos lleva a empacharnos de calorías.

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La voracidad se describe como la necesidad de comer, de tragarse literalmente todo lo que está en el exterior, de manera compulsiva, ya que se tiene la fantasía inconsciente de que ya no va a haber más y que se puede quedar sin nada, vacío. Existen obviamente, como consecuencia de esta actitud voraz, toda una serie de problemas y trastornos físicos de orden metabólico y de riesgos por sobrepeso u obesidad bien sabidos, pero también como efecto colateral, estas personas no suelen estar a gusto con su cuerpo y eso les produce un conflicto.

Actualmente la cultura y los medios de comunicación, así como la industria de los alimentos, contribuyen a conductas de gula que redundan en enfermedades. Por un lado la publicidad incita a comer y a beber en exceso. Por otro lado ofrece comidas light y productos dietéticos, que reducen el daño producido por los abusos.

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El hambre, por su parte, sigue golpeando a la humanidad. Pero a pesar de que en el planeta mueren cada día alrededor de 24.000 personas por su causa, nos parece hoy un problema lejano, algo que sucede fuera y que nunca más volveremos a sufrir. Sólo cabría preguntarse si esta forma de pensar es fruto del optimismo o de la falta de memoria. Por que el pecado ya no es tanto la voracidad en la mesa como el olvido del hambre de los demás.