Amnistia Internacional Catalunya, Grup d'educació
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Emilio (1762)
J. J. Rousseau 
(1712-1778). Alianza Editorial, 1990 (fragmentos)
Cuando considero el destino peculiar del sexo, observo sus inclinaciones o reparo en sus obligaciones, todo concurre por igual a señalar el método propio de educación mejor adaptado para ellos. El hombre y la mujer se hicieron el uno para el otro, pero su dependencia mutua no es la misma. Los hombres dependen de las mujeres sólo en virtud de sus deseos; las mujeres dependen de los hombres tanto en virtud de sus deseos como de sus necesidades. Nosotros podríamos subsistir mejor sin ellas que ellas sin nosotros.

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Por esta razón, la educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables: éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia. En la medida en que fracasamos en repetir este principio, nos alejamos del objetivo y todos los preceptos que se les da no contribuyen a su felicidad ni a la nuestra.

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Por la misma razón, las mujeres tienen o deben tener muy poca libertad; están dispuestas a concederse demasiada indulgencia en lo que se les permite. Aficionadas en todo a los extremos, hasta en sus diversiones se arroban más que los niños.

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La primera aptitud y la más importante de una mujer es una buena naturaleza o suavidad de carácter: formada para obedecer a un ser tan imperfecto como el hombre, a menudo lleno de vicios y siempre lleno de faltas, debe aprender con tiempo incluso a sufrir la injusticia y a soportar los insultos del marido sin quejarse; ha de ser de temperamento apacible, no en consideración a él, sino a sí misma.

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Cada sexo debe conservar su tono y modales peculiares; un marido manso puede provocar una esposa impertinente; pero la mansedumbre de disposición por parte de la mujer siempre hará tornar a la razón al hombre, a menos que sea un animal absoluto, y antes o después triunfará sobre él.

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Un hombre seguro de su buena conducta sólo depende de sí mismo y puede desafiar a la opinión pública, pero una mujer sólo cumple con la mitad de su deber al comportarse bien, porque lo que se piensa de ella es tan importante como lo que es en realidad. De aquí se sigue que el sistema de educación femenino, a este respecto, debería ser directamente contrario al nuestro. Entre los hombres, la opinión es la tumba de la virtud, pero entre las mujeres es el trono.


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