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Esclavas sexuales
Lola Huete Machado.
El País Semanal, 24-9-2006 (fragmentos)
Cuatro millones de mujeres y dos de menores en el mundo caen en redes de traficantes, son convertidos en esclavos, explotados o prostituidos. Uno de los países más vulnerables es Camboya, pobre y aún destrozado por 30 años de guerra. 
En Camboya, el nombre del nacimiento no permanece para siempre. Se modifica tantas veces como uno quiera cambiar de vida; cuando la que llevas no te satisface o cuando la enfermedad o la mala suerte se ceban sobre ti. Sok Ly, de 12 años, dejará de ser Sok Ly muy pronto. Debe dejar de serlo. Porque es imposible asumir tanta adversidad con tan corta edad. A esta niña la encontraron hace un mes encerrada en una jaula en un burdel de su propia familia, inmundo, tal y como suele ser el común de los burdeles en este país del sureste asiático que vive por vez primera en tres décadas ocho años consecutivos de paz. Tal y como es, por ejemplo, uno cualquiera de los muchos abiertos en una calle del distrito de O Chrony, en Poipet, noroeste del país, frontera con Tailandia: un porche con sillas para cuando, como hoy, el monzón y el calor aprietan; una sala donde la chicas descansan y se exhiben, donde el cliente contempla el género, acuerda el precio y elige –menor o mayor, virgen o no–, para perderse luego con ella por un pasillo decorado con pósters de cantantes y actrices asiáticas famosas maquilladas de colores chillones, con sonrisa exagerada y pose feliz. Un espejo para retocarse, una tinaja con agua, un hueco para la letrina que evacua directamente a la calle y un par de habitáculos con un camastro dentro donde culminar el encuentro. Es todo. Un servicio, unos minutos, dos dólares.

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Según la ONU, cuatro millones de mujeres y dos de menores son traficados o explotados en negocios sexuales de todo el mundo. La trata de personas es un negocio boyante: mueve 40.000 millones de dólares. El tercero tras el de armas y droga. Y va en aumento en Camboya a pesar del tímido crecimiento económico último y la estabilidad política (siempre frágil). Según Unicef, "entre un 30 y un 35% de todos los trabajadores sexuales en la subregión del Mekong tienen de 12 a 17 años". Sólo en la capital, Phnom Penh, se calcula que hay 8.000 menores en la industria del sexo y 28.000 siervos domésticos.

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Sok Ly malvivió dos años en uno de esos tugurios, sometida al proceso de seasoning (de condimentación), como llaman los traficantes al periodo de adaptación de una niña, adolescente o adulta a su nueva situación, hasta que, tras las violaciones y torturas, acaba bien cocinada, convencida de que su única opción para sobrevivir es la que tiene a la vista: prostituirse, trabajar para ellos de por vida, estarles agradecida.

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"En Camboya, en más de la mitad de los casos de estas víctimas menores de la industria del sexo, la persona que las convenció o vendió era alguien a quien conocían", apunta Unicef. Un pariente, un amigo, la madre. "Las mafias buscan niños por las aldeas, prometen dinero a los padres que luego nunca llega y los pequeños se pierden para siempre", dice el padre Rodas. "La pobreza moral también es tremenda. Los hijos son una simple fuente de ingresos. Y se ve a los hombres bebiendo, durmiendo, mientras mujeres y niños trabajan sin parar. El camboyano no es solidario. Quizá no pueda serlo".

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El negocio de la prostitución ha vivido tres periodos de desarrollo en este país: la colonización francesa, la llegada de militares americanos y otros extranjeros durante la guerra de Vietnam y, posteriormente, del personal de la UNTAC (United Nations Transitional Authority) a principios de los noventa. Y ahora, la del florecimiento del turismo occidental.
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El Gobierno camboyano (coalición entre comunistas y monárquicos, dirigido por Hun Sen) parece que se empieza a preocupar del tema. Así lo considera el informe Trafficking in Person 2006, citado antes, a pesar de recriminarle su falta de protección a las víctimas y de medidas de prevención. Un Plan Nacional de Acción contra el Tráfico de Personas se prevé que se pondrá en marcha a finales de 2006.

En su libro 'Sex slaves, the trafficking of woman in Asia', la historiadora británica Louise Brown cree que el enfoque en el turista sexual occidental no debe desviar la atención del otro consumidor, el masivo: "La mayor demanda de servicios sexuales en Asia procede del mercado interno", asegura. Los asiáticos (a excepción quizá de los japoneses) "consumen" en silencio, no presumen en público, no suelen participar en fiestas de empresa. "En Camboya, el deseo sexual masculino es considerado insaciable", sigue Brown, "una mujer simplemente no puede satisfacer al hombre medio. Un proverbio del país dice: 'Diez ríos no son suficientes para un océano', y esto lo expresa bien. Los hombres creen que tienen derecho a sexo, a comprarlo". Y lo compran.

El mercado local de consumo de sexo es difícil de medir. La organización norteamericana Care International, que lleva treinta años en el país, lo intentó en 1994 y descubrió que entre el 60% y el 70% de los camboyanos aseguraban querer visitar o haber visitado burdeles.

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Algunas chicas son rescatadas por las ong durante las redadas de la policía en los prostíbulos (muchas frustradas, ya que son avisados antes), pero otras mueren por los malos tratos. "Hace poco se quemó el burdel de Neak Luong y aparecieron cuerpos carbonizados de mujeres encadenadas. Pero nadie se escandaliza. La ley sólo conoce un artículo: si te violan, guarda silencio". Lo contarían también los salesianos en Poipet: "Un policía violó a una niña del centro. 'Le tocó', es la filosofía de la gente. Nadie habló". La corrupción es otro campo de minas en Camboya. Estalla en cualquier rincón. "En algunos sitios, la policía no molesta a los traficantes ni a propietarios de burdeles. Porque ellos son los traficantes y dueños", asegura Brown.

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