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Feminicidio
Inmaculada Montalbán Huertas.
El País, 30-3-2004
La palabra feminicidio saltó como un chirrido la primera vez que fue oída, pero estos días ha vuelto sin ser buscada. Contundente por su contenido y temerosa por no ser reconocida en los diccionarios oficiales. Otra mujer andaluza muerta a cuchilladas por el hombre que la creía suya, dicen los periódicos. Un sentimiento de dolor, impotencia y miedo invade a las mujeres cuando oyen el aumento inexorable de la "cuenta" de las muertes.

En los casos más recientes de mujeres muertas por sus parejas, según han informado los medios de comunicación, no existieron agresiones previas de las víctimas, en algunos ni siquiera hubo discusión o intercambio de palabras. Otros dos datos suelen coincidir: las parejas se hallaban en un período de separación, y el agresor intentó autolesionarse tras quitar la vida a quien había sido su compañera.

El trámite de la separación, estadísticamente se ha confirmado como un importante factor de riesgo para la vida e integridad física de las mujeres. Las instituciones están alertadas para activar los medios legales cuando tienen conocimiento de las amenazas y coacciones, que suelen aparecer o reiterarse en los momentos de la separación. El problema surge cuando la policía o el juzgado no han recibido noticia de estas violencias y el agresor se sitúa en una posición de contumacia, cuando no de venganza, contra la mujer que decide romper el vínculo matrimonial. Aquí nada les acobarda, nada les amilana, ni las penas ni el reproche social, y si hace falta terminan con su vida tras arrebatar la de la mujer que decidió hacer uso de su libertad. Un informe del Observatorio del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha puesto de manifiesto que en el año 2003 ha aumentado en casi un 59% las muertes de mujeres por violencia doméstica, y que en el 75,5% de los casos los órganos judiciales no tenían noticia de los malos tratos previos.

Podríamos preguntarnos si este aumento de muertes no está adquiriendo los signos de una "guerra santa" no declarada, donde a la acción de defenestrar, asfixiar, acuchillar o disparar a la mujer, le sigue el suicidio del agresor en una suerte de autoinmolación y reivindicación de una masculinidad sexista. No solo razones estéticas generan éste interrogante, también la frecuencia con que la autolesión del agresor suele generar sentimientos de lástima y de indulgencia. Sentimientos que se traducen en justificaciones que presentan el arrebato, los celos, el estado pasional, la locura o el estado depresivo, como la única explicación racional de un hecho no previsible en hombres que son amables y buenas personas con el vecindario o con sus compañeros de trabajo.

¿Por qué no se divulga que, en casos como los conocidos recientemente, la acción de matar aparece como un acto de propiedad y venganza que no tiene excusas racionales... que las mujeres murieron por razón de su género femenino y como consecuencia de la socialización de estos hombres en el sexismo violento?

Quizá sea hora de resaltar esta causa social y política. Quizá sea hora de levantar el velo y señalar con el vocablo feminicidio la intención específica de estos agresores. Intencionalidad que no es otra que exteriorizar y hacer visible a través del acto de matar el poder masculino sobre las mujeres, poder del que se creen investidos en virtud de una socialización en la masculinidad violenta. La comunidad no debería cerrar los ojos ni buscar explicaciones que solapan la propia voluntad del agresor; pues, generalmente, quien ha ejercido violencia sobre su compañera durante el tiempo de convivencia, internamente sabe que puede llegar a matarla.

Para conocer la realidad tenemos el instrumento de las palabras. Homicidio o asesinato son términos neutrales que no dan razón sobre la causa última de estas muertes. La palabra feminicidio ha llamado a la puerta de nuestro vocabulario para descorrer el velo y dejar al descubierto la causa política y social de estas muertes.