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Un sistema de normas y no de principios morales


José Álvarez Junco. Moralidad, legalidad y "westerns". El País, 7 abril 2003 (fragmento)
La civilización occidental lleva algo más de dos siglos -desde las revoluciones liberales- intentando que las relaciones de poder se rijan por un sistema de normas y no de principios morales. En esto se diferencian nuestros sistemas políticos de los del Antiguo Régimen, y de sociedades más tradicionales, como las musulmanas actuales, donde se supone que los poderes terrenales derivan su legitimidad de su función guardiana del bien moral, o defensora de la verdadera religión -razón por la cual están avalados por la divinidad y rebelarse contra el orden establecido es sacrilegio-. Muy al contrario, el mundo moderno, al no basarse en la unanimidad de creencias, considera los principios morales cuestión opinable, y por tanto, parte de la base de que cada cual tiene los suyos; la moral, siempre que no afecte a la vida de los demás, pertenece al ámbito privado, igual que la raza, la lengua o las inclinaciones sexuales, y al poder público le está vedado inmiscuirse en estas materias. Pero ciudadanos de diverso color de piel, con distintos valores morales, creencias y costumbres, tenemos que convivir y sólo podemos hacerlo respetando unas normas iguales para todos. Del establecimiento y la vigencia de estas normas comunes es de lo que se cuida el poder público; no de nuestras creencias ni de nuestra moral.