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La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un Pacto
Miquel Osset.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un Pacto. Los fundamentos de los derechos humanos desde la filosofía y el derecho. Colectivo. EDAI, 1998 (pag. 36 y 37)
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un Pacto. Es heredera de una tradición netamente occidental, que nace en la Francia de la Ilustración. Las ambiciosas y numerosas declaraciones de principios, derechos y obligaciones que se generaron entonces como complemento necesario a diversos procesos revolucionarios en marcha son el fermento del que se nutre la Declaración de 10 de diciembre de 1948. Parte de una cosmogonía que es netamente occidental. Pero, a diferencia de las ideologías que dieron sustento teórico a las movilizaciones revolucionarias, las declaraciones consiguientes trataban de fijar sobre el papel no una visión del mundo, sino una actitud ante éste. Y, como bien afirma Victoria Camps en el prólogo a su libro Virtudes públicas, "cuando las creencias flaquean, nos quedan las actitudes". De ahí su importancia creciente y su vigencia.

Ningún profeta bíblico dictó en piedra los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como Pacto que es, es fruto del diálogo, de la cesión y del compromiso. Es, por tanto, además, modificable. Tal vez dentro de unos años nos hallemos envueltos en un proceso de cambio de alguno de sus enunciados. Tal vez las sociedades nos obliguen a reconsiderar determinados aspectos de su contenido. Quizá debamos añadir ciertos artículos. Nace como respuesta posible ante un horror: la Segunda Guerra Mundial. La Historia nos ha demostrado que tampoco ese era un punto de no retorno. Pequeñas segundas guerras mundiales siguen rodeándonos, iniciándose y cerrándose permanentemente. El incentivo, por tanto, a reconsiderar ciertos aspectos de su formulación actual sigue existiendo. Pero su mera existencia, su referencia obligada en buena parte del debate contemporáneo en diversos ámbitos es ya, por sí solo, un motivo de satisfacción.

Su universalidad, su interculturalidad y su atemporalidad son discutibles. No están en absoluto garantizadas. Es más: es posible que su revisión permanente sea la mejor garantía de su continuidad. Pero una de las claves de su vigencia radica en que no nos describe tanto el paisaje del paraíso utópico, bíblico, judeocristiano, sino cosas mucho más próximas a nosotros. Somos libres de diseñar nuestra propia utopía a voluntad, de dibujar el mundo a nuestra imagen y semejanza. Pero, al salir a la calle y encontrarnos ante el prójimo, hemos de establecer un Pacto con él. Hemos de aprender a conocerle, a respetarle y a hacernos conocer, a hacernos respetar. Los términos del Pacto son mutables, es cierto, pero no su necesidad. De las condiciones del Pacto trata la Declaración: de actitudes entre los ciudadanos.